Hace algunos años, tenía un blog que firmaba con pseudónimo, al que subía mis pequeños relatos de ficción. Llegué a tener una colección de más de la cincuentena, de todo tipo, desde cuentos, ciencia ficción, costumbristas, misterio y hasta alguno erótico.

Cuando retomé mi web personal, no tenía intención de recuperar esta afición, pero en estos días más ociosos he tenido ocasión de crear uno cortito, con varias posibles interpretaciones y al final os aporto la mía personal.

Un viejo acudió a un sabio monje, sintiendo cercana su muerte. Quería consejo sobre cómo repartir los ahorros de toda su vida.

Le contó, que su mujer tuvo trillizos, y aunque habían compartido nueve meses en el seno de su madre, eran completamente diferentes en aspecto y personalidad.

A la edad de 14 años, los trillizos quedaron huérfanos de madre. El padre abrumado ante la nueva perspectiva y considerando que sus hijos ya eran suficientemente maduros y podían labrarse un porvenir, vendió todas sus posesiones, uniendo este dinero a sus ahorros y los repartió entre los trillizos deseándoles el mejor porvenir posible.

Cada uno de los trillizos cogió su rumbo y aunque habían pasado muchos, muchos años, nunca se habían vuelto a ver entre ellos, ni tampoco al padre.

Mas, cierto día, el padre se sintió enfermo, sabía que su hora estaba cercana y trató de localizar a sus hijos para saber de su vida y al igual que hiciera antaño volver a repartir lo que durante aquellos años, su trabajo y austeridad, le había permitido ahorrar. Pero pensó que en esta ocasión debería hacer un reparto no igualitario, sino en función del mérito y/o necesidad de cada uno de sus hijos.

El padre fue relatando el perfil y andanzas de cada hijo al sabio:

El padre, ante la disparidad de sus trillizos no sabía cómo obrar y esperaba el consejo del sabio monje.

El sabio le dijo que era claro que Alberto no necesitaba nada de su padre y haría poco aprecio a lo que le pudiera dar, pues en su vida el dinero y las posesiones iban y venían sin apego a ellas. Norberto, vivía para su ciencia y las posesiones y dinero florecían de su pasión por la sabiduría, por tanto no valoraría lo que su padre pudiera darle. Por último, Roberto tenía mucho más de lo que podía usar y gastar en su vida, por tanto, lo que le diera su padre sería insignificante en su riqueza.

¡¿Qué hago entonces con mis ahorros y posesiones?! – Exclamó el padre, tan confuso como había llegado.

Y el sabio monje le respondió: “si has confiado en mí para dar buen uso de tus posesiones, entre los tuyos, que no lo necesitan, sigue confiando en que sabré dar buen uso entre los que realmente sí lo necesiten”.

El viejo cedió todas sus posesiones al sabio monje…

El uso que hizo el monje de lo recibido es otra historia y cada uno aplicará la moraleja que su entender le dicte.

Pero mi moraleja está clara, ya que creo que los tres hermanos eran consecuentes con su forma de ser y a su manera habían conseguido lo que querían. El sabio monje, también lo consiguió y supongo que el padre debió sentirse feliz de comprobar que sus hijos eran suficientemente maduros cuando los lanzó a labrarse su destino.

Pero pensando un poco más en las cuitas del padre, me quedo con una reflexión que supo expresar perfectamente Saul Bloom en Ocean’s Twelve: “espero que el último cheque que expida en mi vida, esté sin fondos”.

 ¡¡Ojo, sólo el último!!