En el día nacional de la Nutrición 2019, FESNAD lo ha dedicado al consumo de lácteos: tenlo claro. Y no es por casualidad, pues el consumo, sobre todo de leche líquida, ha descendido un 6% en los últimos años que recoge el Ministerio de Agricultura Pesca y Alimentación (2013-2017), llegando la caída desde el año 2004 (90.35 Kg/año) a casi un 23% menos de consumo.
Desgraciadamente todas las tendencias en lácteos no son iguales y podemos ver en la gráfica que los batidos de leche (la mayoría con azúcares añadidos) se han incrementado en los últimos años un 21% y los helados y tartas un 15%. Pero, realmente el cómputo total es de un descenso en el consumo de lácteos totales.
Y es que las ventajas de consumir lácteos en nutrición es innegable, por ser una magnífica fuente de proteínas y calcio, además de muchos otros componentes interesantes para la salud. Pero además, al ser la mejor fuente de calcio biodisponible, se convierte en un grupo de alimentos de especial interés sobre todo en la época de crecimiento. Ya no solo por los desarreglos que durante este periodo se pueden producir (raquitismo), sino por ser el momento en que el máximo de mineralización ósea se produce. Una baja mineralización ósea hasta los 20-25 años (por una dieta baja en calcio), puede tener repercusiones muy graves en edades adultas y sobre todo en mujeres, que por los embarazos, lactancia y menopausia pueden reducir sus reservas minerales y abocarse a la osteoporosis (ver infografía de FESNAD).
Otras fuentes de calcio, principalmente vegetales, no tienen ni cuantitativamente, ni cualitativamente la misma repercusión sobre la mineralización ósea, por lo que los veganos,deben atender esa posible carencia en su dieta y/o suplementación. No así los ovo-lacto vegetarianos, que al incluir este grupo de alimentos, tienen menos riesgo.
Últimamente se han pronunciado colectivos en contra del consumo de leche y derivados con argumentos como que «el hombre es el único animal que toma leche de adulto», lo cual es cierto, pero también existen especies de hormigas que pastorean pulgones para obtener su melaza y es la única especie que la consume, sin que colectivos de hormigas se lo recriminen, aunque lo mismo sí alguna mariquita (Coccinellidae, no es doble sentido) (vídeo de hormigas pastoras). Otras consideraciones medioambientales, o de recursos naturales disponibles, podrían ser consideradas, buscando un equilibrio adecuado en el consumo lácteos, u optar por las especies productoras menos agresivas con las huellas de carbono e hídrica.
Y es que el ser humano lleva tomando leche en buena parte del norte de África, Europa y Asia desde hace más de 10.000 años y en América unos 500 años (aunque muchos de sus pobladores procedían de lugares lactófilos). Por tanto, nuestra fisiología se ha adaptado al consumo de leche y el desdoblamiento de la lactosa, siendo tolerantes a este nutriente en un enorme porcentaje en los enclaves descritos.
Sin embargo, últimamente estamos asistiendo a un aumento del número de personas intolerantes a la lactosa, en enclaves donde antes tenía una incidencia mínima.
Los síntomas de la intolerancia la describió Hipócrates ya en el siglo V a.C., aunque ha tomado una relevancia notable en los últimos años. Pero la incidencia de esta patología no se ha incrementado en su presentación congénita, ni en la incidencia sobre población adulta en poblaciones tradicionalmente intolerantes. El incremento más notable se produce sobre población que se ha considerado tradicionalmente tolerante en estados adulto, como es norte de Europa, o Norte América, donde la incidencia de intolerantes adultos tradicionalmente se ha cifrado entre un 10 y un 25% de la población.
Posiblemente la existencia de varios tests, que ya no requieren biopsias para valorar directamente la actividad lactásica, hayan contribuido notablemente a una mayor evidencia de su prevalencia. Incluso ya no es preciso el análisis de sangre para detectar galactosa, sino que un simple “Test del Aliento” permite medir los niveles de hidrógeno, metano y CO2 presentes en el mismo, procedentes de la fermentación cólica de la lactosa no digerida. Este método es capaz de diagnosticar incluso la denominada malabsorción de lactosa, que incluye la falta de desdoblamiento de la lactosa sin síntomas de intolerancia a la misma.
La Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia ha cifrado entre el 30 y el 50% de la población adulta española como intolerante a la lactosa. Lo más curioso de este estudio es que más del 95% del colectivo tanto de médicos generalistas, como de especialistas de aparato digestivo, indican la necesidad de mayor formación sobre la patología y su incidencia. Si bien los especialistas en aparato digestivo consideran como una patología menor, en tanto es magnificada por los médicos de atención primaria.
Dada la ubicación de la lactasa en la estructura de ribete en cepillo de la microvellosidad del enterocito, y por otra parte, el complejo mecanismo de transcripción génica para su producción, ocasiona que este enzima sea muy vulnerable a cualquier proceso agresivo o estresante. Por tanto, cabe preguntarse por la proporción de los actualmente diagnosticados como intolerantes que realmente los son de forma primaria y sobre todo, de forma permanente.
En cualquier caso, el tratamiento tanto dietético (exclusión de alimentos con lactosa) como farmacológico (administración oral de lactasa) provocan que el mecanismo de expresión génica de la lactasa se inhiba, lo cual, tras un periodo de tiempo prolongado puede convertirse en permanente. Es decir, aunque no fuesen realmente intolerantes a la lactosa, tras un largo periodo de acción terapéutica dietética y/o farmacológica lo serán.
¡Ojo! aquellas personas que están tomando leche sin lactosa, pensando que han eliminado calorías del producto, ya que la mayoría de fabricantes, lo que incorpora es la lactasa, para que se desdoble el azúcar en la propia leche y por tanto está 100% disponible (cuando normalmente puede estar en un porcentaje algo inferior).
Posiblemente, en determinadas personas especialmente aprensivas, o que piensan que las alternativas a los lácteos y/o las leches sin lactosa son más saludables, sin necesitarlos, puede provocar efectos no deseados. Este tipo de comportamientos no deben resultarnos extraños, pues se ha comprobado que en Estados Unidos sólo un 44% de las personas que consumen alimentos Kosher son judíos. ¿Por qué no con los lactosa free?
Normativas claras como la europea, que prohíbe el uso del nombre de «leche» para denominar bebidas vegetales, o iniciativas como la de FESNAD, son buenos pasos para evitar confusiones y que la población general sea consciente de lo que necesitan y que alimentos se lo proporcionan.