Entre el 10 y 16 de agosto de 2015, he realizado un viaje a Medellín, Colombia, para evaluar la titulación en Ciencia y Tecnología de los Alimentos de la Universidad Nacional de Colombia (sede de Medellín) para la Asociación Universitaria Iberoamericana de Postgrado (AUIP).
Aunque prácticamente casi todo el tiempo ha sido de trabajo, con una concatenación diaria de reuniones desde las 8 de la mañana hasta las 19h, me ha dado tiempo de hacer un día y medio de turismo y como siempre, los enlaces a las fotos que hice, clasificadas por temas las encontráis a lo largo de este texto.
En líneas generales las experiencia ha sido más que satisfactoria, pues al trato afable y cordial recibido por autoridades y docentes, lo cual es pródigo en iberoamérica, se ha unido la constatación de que realmente la maestría ha evaluar, merecía la alta calificación que finalmente le hemos propuesto (95 /100). Y todo, gracias a ese capital humano de profesores esforzados y capaces, bien formados en docencia, investigación y muy preocupados por realizar extensión de sus conocimientos al tejido empresarial agroalimentario del país. Pero sobre todo, porque esos profesores están volcados en unos alumnos especialmente motivados, que gracias a incentivos, nacionales, empresariales y la propia universidad pueden acceder a este nivel educativo. Alumnos que en muchos casos, a su corta edad (menores de 30 años), ya son empresarios/emprendedores y que desde antes incluso de iniciar sus estudios, ya tienen un proyecto de trabajo definido y en muchos casos hasta un plan de empresa en mente o incluso en desarrollo. Pero, obviamente el capital humano no basta y se complementa adecuadamente con unas magníficas instalaciones, un instrumental de elaboración a escala piloto y de análisis instrumental y sobre todo por unos proyectos obtenidos de diferentes fuentes de financiación, públicas y privadas que hace que la maestría sea totalmente viable y un referente en Iberoamérica.
Entre otras gratas sorpresas descubrir que el campus El Volador (toma nombre de uno de los cerros custodios de Medellín, aledaño, que son reservas naturales dentro de la propia ciudad), germen de la antigua facultad de agronomía y promotora de la Universidad Nacional en Medellín, es realmente en sí un jardín botánico con 412 especies vegetales originarias de la zona y algunas foráneas, entre las que pude pasear de camino entre una y otra reunión y que podré recrear gracias al libro Arboretum y Palmentum que me regalaron. Pero además este jardín botánico está plagado de vida animal como es el caso de las aves que no vi en vivo, pero sí escuché y que también están recogidas en un libro (Aves de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín), con el que también me obsequiaron. Lo que sí tuve ocasión de ver y fotografiar es una de las famosas zarigüellas que se esconden entre los árboles.
En cuanto a la ciudad, extensa y cosmopolita, a unos 1500m sobre el nivel del mar (se nota al subir escaleras o cuestas), con amplias avenidas en el valle, e intrincadas circunvoluciones en la periferia e interminables escaleras que se encaraman montaña arriba entre las edificaciones. Posee unos magníficos medios de transporte coordinados entre el bus, metro y el metro-cable (teleférico) totalmente impoluto y en el que se viajaba con una sensación de gran seguridad (al menos por las vías en que me desplacé). En particular, el Metro-Cable, merece la pena usarlo para salir a la periferia de la ciudad (área metropolitana) que se desparrama por la ladera de las montañas que rodean completamente Medellín. Desde arriba, se puede ver el gran contraste entre los grandes rascacielos del valle y las casitas de las laderas, con una o dos alturas de ladrillo sin enfoscar, con algunos matices puntuales de color (nada que ver con favelas brasileñas o la periferia de Caracas). Y al llegar a los más alto del metro-cable en cualquiera de sus líneas poder contemplar la imagen de Medellín desparramándose inmenso en todas direcciones, con millares de edificaciones tachonadas por sus cerros custodios, diversos parques y arboleda casi por cualquier lugar que se mire. Al final de la colección de fotos que os dejo, podéis disfrutar las vistas nocturnas de Medellín, desde la última planta (18) del hotel donde me alojaba (Dann Carlton).
El último día lo dediqué por completo al parque Arví, donde pude disfrutar de la naturaleza a unos 2500m de altitud, su embalse de Piedras Blancas, donde disfrutar de flores y mariposas y la ruta de las bromelias, anturios y orquídeas; y de la nueva artesanía de los paisas de la zona. Un remanso de paz al que se llega tras casi 4,5 Km de teleférico entre subida y la trayectoria sobre inmensos árboles de todo tipo hasta donde alcanza la vista. Lugar privilegiado para ver las bromelias encaramadas en lo más alto de dichos árboles dándoles el toque de color y de exotismo. Abajo, vislumbrando entre la densa foresta un umbrío suelo plagado de helechos, líquenes y musgo. Y entre ellos, totalmente imperceptibles por su diminuto tamaño, decenas (quien sabe si centenares) de especies de orquídeas salvajes, haciendo su propia interpretación de la naturaleza y sobre las que las más bellas mariposas sedentarias o viajeras como la incansable monarca, que hasta aquí pueden llegar desde Canadá.
En esta ocasión, no he tenido mucha oportunidad de degustar la gastronomía de Medellín, pues en el hotel donde me alojaba (Dann Carlton) era donde tomaba desayuno y cena. El primero, bastante continental, aunque con toques más locales como los frijoles con arroz, la carne desmechada, arepas o bizcocho de banano y por supuesto el chocolate antioqueño, típico para el desayuno (elaborado con agua y nada espeso). También omnipresentes, todo tipo frutas en macedonia o en jugos. Las cenas, con todos los elementos del mejor restaurante italiano, con algún toque más «local» como la isla flotante o el uso de pescados de la zona. Los almuerzos de trabajo, en la misma universidad, si eran más típicos de Medellín con un plato único, en que estaba la carne, arroz, verdura, bollería y aguacate. Eché de menos probar la famosa bandeja paisa, de la que tanto nos hablaron, aunque al menos pude tomar modongo antioqueño en el propio Mondongo’s, y el claro de Mazamorra como bebida. Eso sí, no podía faltar un tinto (café poco espeso) a cada rato, durante las reuniones. También tuve la ocasión de descubrir los bodegones de Botero, en el museo de Antioquia, del que sólo pensaba que hacía personas en volumen (gorditos) y pude descubrir mucho más de él y sus paisanos.
¡Y hasta hemos salido en las noticias locales de la propia universidad!
Una experiencia estupenda de trabajo y algo de ocio, en medio de unas vacaciones que empiezo a disfrutar.