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Os transcribo un poco de lo que he contado hoy en la charla sobre alimentación y patrimonio en la Bienal Internacional de Patrimonio en Córdoba.

El ser humano tiene una baja capacidad instintiva para seleccionar sus alimentos, lo que ha motivado desde tiempos muy remotos que dicha selección se base en criterios subjetivos del colectivo al que pertenece. De entre los valores que han primado a lo largo de la historia, para que en cada ubicación se hayan consumido potenciales alimentos, o se hayan descartado, implícitamente han existido condicionantes nutricionales, de inocuidad alimentaria y sensoriales; pero además de estos, el valor simbólico o cultural, ha marcado de forma notable la selección de alimentos de cada asentamiento humano.

La identidad como grupo humano está marcada por signos patrimoniales, que a lo largo de la historia han ido marcando tendencias y reafirmando el sentido de clan. La alimentación, como signo público, constituye también un identificador del colectivo al que se pertenece y por tanto un diferenciador de otros colectivos. Por ello, la alimentación se constituye en un baluarte patrimonial más que ostentar y con el que diferenciar a los grupos humanos.
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En la actualidad, el turista busca diferentes elementos para elegir su destino. Los destinos culturales, suelen fundamentarse en elementos patrimoniales de las ciudades visitadas, los cuales, aún están mejor avalados si cuentan con un distintivo de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, u otro reconocimiento. Pero además, entre los elementos decisivos para elegir destino, cada vez cuenta más, cuando no se convierte en objetivo casi único, la oferta gastronómica. Por consiguiente, si el turista cultural es un turista buscador de patrimonio, no sólo buscará una comida de excelente calidad, buscará comida típica, enraizada en el entorno, es decir, busca un patrimonio gastronómico. De forma global en nuestra zona temos el refrendo de la UNESCO que concedió a la dieta mediterránea en el año 2010 el reconocimiento de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, siendo España uno de los países proponentes.

Sin embargo, la dieta mediterránea es algo más que una forma más de comer, o incluso más que una forma de alimentarse reconocida por la UNESCO, es la combinación de unos ingredientes, la manera de cocinarlos y comerlos, e incluso un estilo de vida.

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Por si fuera poco, supone una forma respetuosa con el medio ambiente de producir dichos alimentos y sobre todo es una de las formas más saludables de alimentarse.

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Lamentablemente la dieta mediterránea sigue siendo una desconocida en sus lugares de asentamiento y esto lo pone de manifiesto diferentes investigaciones relacionadas con ella y que en conferencias anteriores he tenido ocasión de manifestar y podéis localizar en esta web, buscando con la etiqueta Dieta Mediterránea.

El paraguas de la dieta Mediterránea engloba multitud de formas de alimentarse a nivel local, asentadas en siglos de historia y adaptada a los vaivenes del transcurso del tiempo. Muchas de estas formas de alimentarse, constituyen el patrimonio local de alimentación, en muchas ocasiones desconocido por los turistas, pero lo que es aún peor, olvidado por los lugareños.

Por ello, se debe hacer una labor de auxilio sobre el patrimonio alimentario, que cuenta con claves muy claras:

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La alimentación local puede ser un elemento patrimonial más, de nuestra ciudad, pero al igual que con los monumentos, hay que ponerlos en valor y hacerlos visibles a los lugareños y a los visitantes. Además tenemos que tener una buena oferta gastronómica patrimonial, al igual que la tenemos monumental.

¡¡¡Córdoba es algo más que la Mezquita y mucho más que el salmorejo!!!