Hay un viejo refrán que dice que el hombre nace pirómano y muere bombero. Yo que estoy ya más cerca de los bomberos que de los pirómanos, cada vez me asombro más de actitudes muy extremas de celo profesional que exceden lo deseable y en muchas ocasiones producen el efecto exactamente contrario al buscado.

En estos pensamientos estaba, cuando me vino a la memoria mi época más pirómana, concretamente, el primer destino en que ejercí labores de inspección alimentaria en un pueblo de la sierra norte de Sevilla. Corría un mes de agosto de los años ochenta, contaba yo con veintitrés añitos recién cumplidos y terminada mi carrera apenas diez días antes como alumno interno del departamento encargado de la Higiene, Inspección y Control Alimentario. En tan sólo un mes que duró la sustitución que realizaba, se quitaron casi todas las vacas de leche, se redujo a una cuarta parte los animales sacrificados en el matadero y dejé al pueblo sin pescado.
pescado

Esto último merece la pena contarlo, pues hasta aquel pueblo venía varios días en semana un pescadero ambulante, con su coche y un carrito enganchado detrás, que obviamente no era refrigerado, ni tan siquiera isotermo, y dando tumbos llegaba por una carretera de 365 curvas y varias paradas en pueblos de la ruta. En torno a medio día, cuando llegaba al pueblo, chorreaba del carrito un liquido oscuro y mal oliente, procedente del pescado, a casi los 40°C que la época, el lugar y la hora propiciaban. Casi todo eran boquerones, sardinas y bacaladillas, todos ellos pescados pequeños y blandos que se aglutinaban en forma de una masa informe, pero que era el único pescado “fresco” que llegaba al pueblo.

Cómo buen pirómano, me encargué de prohibir la venta del pescado en tal estado. El pescadero, se sonrió y simplemente dijo: “señoras durante el mes de agosto van a tener que bajar al pueblo de al lado a comprarme el pescado”. Por lo que las señoras siguieron comiendo pescado macerado, que tenían que ir a buscar a algunos kilómetros, que yo le había ahorrado al pescadero, al menos durante un mes…

Con esta especie de cuento de Bucay, pero totalmente real, me pongo como ejemplo de extremismo del celo profesional, que no siempre producen los mejores resultados.

Ese mismo exceso de celo profesional es el que veo en dietistas que dicen que “que no entra en su casa el chorizo o el chocolate”, o jornadas que se anuncian para demonizar transgénicos, o blogueros que son incapaces de admitir que algo que aporta la cocacola no sea veneno puro.

Rafa bombero
Algunos empezamos… realmente de bomberos

Partamos del principio de que la dosis hace el veneno y que hasta un metal pesado tan nocivo como el arsénico en pequeñas cantidades es promotor del crecimiento, o que el alimento más sano en que podamos pensar: «el agua» puede producir la muerte, y no me refiero precisamente a lo que le ocurrió a los pasajeros del Titanic, sino a una voluntaria ingesta masiva de agua.

Posiblemente el tiempo también convierta a estos pirómanos en bomberos, pero mientras tanto unas cuantas señoras (y señores) tendrán que hacer unos kilómetros más (metafóricamente hablando), o quizás busquen un guía alimentario menos pirómano.